El
más genial de los discípulos de Sócrates fue Platón, ateniense como aquél y
nacido en el año 427 antes de Cristo. Su vida transcurre en un clima
socio-político similar al que ya hemos comentado, al hablar de Sócrates.
Precisamente la condena de su maestro hizo que se desilusionara con el sistema
democrático, tal como se ejercía en Atenas, y esta decepción, junto con su
ascendencia familiar noble, le llevó a inclinarse por un sistema de gobierno
de signo aristocratizante, en el que las
mejores inteligencias se hicieran cargo de las tareas de gobierno. Este modelo
ideal de estado, que explica detalladamente en su obra La República , comportaría
la necesidad de que los filósofos han de llegar al poder o que los gobernantes
han de ser capaces de filosofar. Por dos veces viajó a Sicilia con la
pretensión de llevar a la práctica su modelo de sociedad y en ambas ocasiones
fracasó. Entre ambos viajes, fundó en Atenas su Academia, donde se dedicaba
especial atención, junto con la filosofía, a las matemáticas, la astronomía y
la música.
De
los primeros filósofos no nos quedan sino escasos fragmentos. De Platón nos
quedan todos sus Diálogos, conservados cuidadosamente en la biblioteca de la Academia. Para
Platón, como para Sócrates, el intercambio oral con sus discípulos tenía la mayor
importancia. Los diálogos no contenían nada más que un extracto de esas
conversaciones.
Hay
que conocer alguno de los más destacados: Apologia, que contiene el
discurso de Sócrates en su propia defensa ante los tribunales; El Cratilo,
que constituye una reflexión sobre el lenguaje; El Banquete, bellísimo
diálogo platónico sobre el amor; El Fedon, donde expone su doctrina
sobre la inmortalidad del alma; El Menón y el Fedro donde explica
la posibilidad de aprender la virtud; La República , donde
teoriza sobre el estado-ideal; el Timeo, donde desarrolla su visión del
Cosmos.
Pese
a estar expuesta en forma de diálogo, su pensamiento constituye todo un sistema
filosófico, toda una visión del mundo, en donde se da respuesta a las
preguntas: acerca del origen y estructura de la Universo ( Cosmología);
acerca de la naturaleza del ser, de la realidad en general (Ontología); en
torno al ser del hombre (Antropología);en torno a estudio del conocimiento y la
verdad (Gnoseologia o Epistemología); en torno al bien y la virtud individual y
social (Etica y Política). El núcleo de todo el sistema lo constituye la teoría
de las ideas, verdadero eje de la ontología platónica, por la que el autor ha
creado una manera única de entender el mundo, el idealismo.
Resumido
de una manera simple y sencilla, podemos decir que el idealismo platónico se
basa en la convicción racional y emocional de que este mundo material que
nosotros conocemos y en el que vivimos no es verdaderamente real, no constituye
la realidad verdadera. Este mundo, en efecto, no tiene el ser ni el valor de
forma plena, pues todo lo real material nace y muere, aparece y desaparece, es
y no es; en resumidas cuentas, lo material cambia y todo aquello que está
sujeto a transformaciones no puede tener realidad plena ni valor pleno.
Podríamos decir, intentando pensar como Platón, que un cuerpo bello siempre
está expuesto a dejar de serlo, no tiene en sí mismo y para siempre la belleza,
pues la edad, la enfermedad y la muerte se oponen a su plenitud estética. E
igual ocurre con todos los valores y realidades de este mundo, cambiantes y
sujetas a destrucción, expuestas siempre a dejar de ser. Sin embargo, nosotros
podemos concebir la plenitud del ser y
del valor, podemor pensar en realidades que no cambian, que valen siempre.
¿Existen esas realidades en las que al menos podemos pensar? Han de existir
puesto que pensamos en ellas, solo que su modo de ser y de existir es diferente al de las cosas de
este mundo. Existen en una dimensión diferente y tiene una realidad diferente a
la de este mundo. Son las ideas, realidades no materiales, eternas,
inmutables, únicas.., que constituyen el ser verdadero, lo auténticamente real.
Pero
si la realidad verdadera no es la que vemos y tocamos, ¿qué es este mundo
físico, qué es este cuerpo material, que todos poseemos? Es claro que este
mundo físico es material, cambiante y perecedero, pero también en él hay algo
del otro mundo verdadero, algo de realidad y valor, pues nuestro mundo es un
reflejo, una sombra o reproducción del mundo de las ideas. A esta
interpretación que entiende que la realidad está escindida en dos dimensiones,
la físico-material corruptible y plural y la ideal inmutable y única se
denomina dualismo. Si recordamos la teoría de Parménides, nos vendrá a
la memoria que también este autor señalaba que el pensamiento sólo puede pensar
el ser, que el ser no puede cambiar, que el ser ha de ser único. Solo que
Parménides no dijo que este ser así concebido, tenía existencia independiente
de éste mundo. Ahora Platón da un paso más y afirma que ese ser que nuestro
pensamiento concibe como real verdadero ha de existir, y si nuestra experiencia
no nos lo enseña, es porque está en un dimensión no sensible y visible, ajena a
esta experiencia, está en un dimensión que solo puede ser conocida por la
inteligencia, es el mundo inteligible. Desde esta ontología que identifica lo real con lo ideal se van
dando respuesta a todos los demás problemas: el problema antropológico,
epistemológico, ético y político. Empecemos en primer lugar por estudiar el
problema antropológico.
Al igual que lo real está
dividido en una dimensión material, sensible y visible y una dimensión ideal,
inteligible e invisible, también el hombre es un ser dual, un ser compuesto de
su cuerpo material y corruptible y su alma espiritual e inmortal. Por eso decimos que la concepción platónica del
hombre es dualista. Pero al igual que el mundo de las ideas tiene prioridad
sobre el mundo de las cosas, también el alma la tiene sobre el cuerpo, hasta el
punto que Platón llega a decir en alguna ocasión que el hombre es su alma. El
alma es simple, única e inmortal, mientras que el cuerpo es un conglomerado de
muchos elementos que se disuelven con la muerte.
En
realidad, Platón intentó en su doctrina sobre el alma establecer, de una manera
científica, las doctrinas religiosas de la tradición ófico-pitagórica. El
resultado de este intento comporta una doble lectura psicológica y ética
en la doctrina platónica sobre el alma:
esto es, la teoría del alma sirve para explicar las experiencias conflictivas
de lo mental humano, experiencias que hacen que el hombre sea un ser en lucha
entre su vida racional y su vida impulsiva; al mismo tiempo -y ésta es la dimensión ética de la doctrina-
la teoría del alma le sirve a Platón
para señalar el proyecto ideal a que está destinado el hombre, y que ha de
realizar en este mundo a través de práctica del bien, de la virtud.
La
dimensión psicológica de los conflictos interiores que acechan al hombre
aparece reflejada en su conceptualización tripartita del alma.
El alma humana es comparada en el diálogo
Fedro a un carro tirado por dos caballos
y controlado por un cochero.Uno de sus caballos es bello y bueno, el otro es
rebelde y desobediente. De ahí que la conducción nos resulte dura y
dificultosa. El cochero representaría la parte racional del alma, encargada de
dirigir el conjunto hacia sus fines; el caballo bueno representaría las
tendencias nobles, y el caballo malo representaría las tendencias más
materiales.
Nos
dice aquí Platón que el alma consta de tres partes (usando el término parte
como principio de acción):
1- La
racional que preexiste y sobrevive al
cuerpo, distingue al hombre del animal y lo emparenta con lo divino. En ella
reside el fundamento de las capacidades intelectuales superiores del hombre y
es la base de la capacidad de autocontrol y del buen gobierno de la conducta.
2- La
irascible o vehemente, que puede ser aliada de la razón y que también poseen
los animales. En ella reside el principio del valor y del coraje, así como los
impulsos más nobles.
3- La
conscupiscible o apetitiva, similar a la de los animales y cuya meta es
satisfacer los deseos del cuerpo.
Como
comentábamos antes, Platón afirmó la inmortalidad del alma y trató de buscar
argumentaciones que lo probaran. En el Fedón el punto de partida es el hecho
del conocimiento universal en el hombre. En efecto, cuando juzgamos de la
realidad material o de valores concretos, tenemos en la mente un modelo
universal que sirve de criterio o guía en el juicio. Decir, por ejemplo, que
esta cuadro es bello implica decir que se asemeja a la belleza universal, a la
idea de belleza. Estos modelos universales o absolutos no existen en el mundo
sensible. Siendo así que no los hemos aprendido de nadie, es preciso admitir
que los conocimos en un estado anterior de preexistencia y que el proceso de
aprender consiste en recordar.
La
dimensión ética de la doctrina platónica del alma encuentra una fundamentación
mítica en las viejas doctrinas órficas y pitagóricas. El alma humana tiene un
origen divino; a consecuencia de una culpa cometida, las almas fueron
castigadas a encarnarse en cuerpos mortales. La muerte puede suponer la
liberación definitiva de esta existencia
corporal, si el alma vive durante su estancia terrenal de acuerdo con su
naturaleza ideal. Si no lleva una existencia digna, es castigada de nuevo a
reanudar la serie de transmigraciones, que le pueden llevar a emigrar a
cuerpos de hombres o de animales. La peculiar situación intermedia entre los
dos mundos que tiene el alma humana hace que su destino sea incierto: seguir
las exigencias del cuerpo o entregarse de lleno a su destino ideal.
Como
puede apreciarse de esta exposición, el cuerpo es el gran denigrado en la
doctrina platónica. El es la causa de todos los males del hombre, pues su
naturaleza material hace que busque siempre lo más bajo e inferior. El cuerpo,
decía Platón en uno de sus textos, es la fuente de todos lo males porque sus
inclinaciones, necesidades y deseos nos alejan del conocimiento, nos distraen de los intereses del espíritu.
No obstante, la relación que tiene el alma con el cuerpo es accidental y
transitoria, puesto que no es ése el destino esencial y permanente del alma,
sino que, como hemos señalado, su destino esencial y definitivo es acceder a su
verdadera naturaleza ideal. Tres medios tiene el hombre para realizar esta
tarea: el conocimiento, la virtud y el amor. Veamos, al menos los dos primeros.
CONOCIMIENTO
Y REALIDAD
Hemos visto que para Platón la
realidad verdadera es de naturaleza ideal, pues el mundo sensible en el que
vivimos es sólo una realidad aparente. Las ideas no son únicamente simples
objetos del pensamiento, sino que son realidades verdaderas. Hay ideas de todo
lo imaginable: de las cosas, de las cualidades, de las relaciones y
actividades, de las cosas naturales, de los productos del arte... Las ideas
representan el ser en sí, pues cada cosa del mundo físico es lo que es, no por
sí mismo, sino por su participación en la idea. El carácter único y unitario de
las ideas nos permite usarlas para ordenar el caos multiforme de los seres
individuales, para reconocer lo semejante y distinguir lo desemejante, y
aprehender lo uno en lo múltiple.
El
conocimiento de las ideas es lo único verdaderamente valioso para el hombre,
pues ellas son la meta más elevada de todos los anhelos y de todas las acciones
humanas.
Platón
estuvo siempre muy interesado en explicar los medios que tenemos para acceder
al mundo ideal a través del conocimiento, pero la mayor parte de las veces se
sirvió de metáforas y mitos. Es lo que hace, en la alegoría de la línea
dividida en segmentos y también en el mito de la caverna. Puesto que ambos
constituyen el grueso del texto seleccionado en selectividad, nos detendremos en
ambas alegorías.
Podemos
concebir tanto la realidad como al conocimiento a la manera de una línea
dividida en segmentos. Cada uno de estos segmentos se correspondería con una
clase de realidad y por tanto también con una clase de conocimiento. Existen dos
clases de realidad, la sensible y visible y la ideal o inteligible. A cada una
de ellas corresponde dos clases de conocimiento la opinión o doxa y la ciencia o episteme.
Realidad material visible
Realidad ideal inteligible
+--------------------------+
+--------------------------+
Opinión o doxa
Ciencia o episteme
+--------------------------+
+--------------------------+
El
conocimiento que se refiere a las realidades materiales y sensibles se lleva a
cabo por la imaginación y los sentidos y está sujeto a las características y
peculiaridades de la realidad conocida. Es por ello que como lo real material
es particular, múltiple y cambiante, el conocimiento basado en la doxa u
opinión se refiere a lo particular de cada ser, a la multiplicidad de los seres
y es un conocimiento variable como variables son las cosas materiales
sensibles. Cuando se basa en imágenes de las cosas y no en la captación
sensorial de las mismas, le llama Platón conjetura. Cuando se lleva a
cabo a través de los sentidos y se refiere no a las imágenes, sino a las
realidades sensibles se le llama creencia y es el que se alcanza en la Física , saber no
suficientemente valorado por Platón por el carácter mutable del objeto estudiado (la naturaleza). El conocimiento que se refiere a lo real
ideal se lleva a cabo por el entendimiento o razón y está sujeto a las
características de la realidad conocida. Es por ello que como lo ideal es
universal e inmutable, el conocimiento se refiere a estas ideas universales e
inmutables que constituyen lo real verdadero. Y al igual que en la doxa,
también en la episteme distingue Platón dos clases de conocimiento: el que
lleva a cabo la razón discursiva cuando trabaja con esos entes
ideales que son los números y las figuras geométricas, y el que realiza la razón
intuitiva, cuando conoce lo ideal en sí. En el primero (Matemáticas), la
razón opera por deducción racional, pero se sirve de representaciones
sensibles, pues aunque en sí mismos los números y figuras son entes ideales, el
matemático se los representa mediante dibujos y representaciones sensibles.
Esta apoyatura en lo sensible, aunque el conocimiento sea racional, así como el
hecho de que la razón se vea obligada a proceder paso a paso, hace que este
conocimiento no sea tan perfecto como el que lleva a cabo la razón intuitiva,
que no es otro que la dialéctica propiamente dicha, el último escalón
del conocimiento que se refiere a lo ideal en sí, sin apoyatura sensible, ni
hipótesis y que la razón puede realizar de forma inmediata y directa.
Completando, la representación quedaría así:
Imágenes Cosas Obj,matemát. Ideas
+---------+-------------+
+------------+-----------+
Conjetura creencia
(Física) Matemáticas Dialéctica
El
conocimiento aparece así entendido por Platón como una tarea gradual, como el
ascenso de una escalera, que hemos de ir subiendo métodicamente, grada a grada.
El método de ascenso es la dialéctica, que en el sentido originario,
legado de Sócrates, significó el arte del diálogo a través de las preguntas y
las respuestas. Pero este método le permite además a Platón articular toda su
teoría de la ideas, pues es a través de la dialéctica como podemos ascender y descender por
la escala ideal. El ascenso por esta escalera es la síntesis, que nos permite ir eliminando
las diferencias que encontramos en la multiplicidad de realidades sensibles
para buscar la unidad de la idea, remontándonos incluso de idea en idea hasta
alcanzar la idea suprema, la idea que
comprende a todas las demás y que no es otra que la idea de Bien.
El descenso es el análisis, que nos permite dividir una idea general en las
distintas especies que la componen. Y
estos son los escalones del método dialéctico:
1.
Conocimiento de las imágenes sensibles (imaginación). 2. Conocimiento sensorial
de las cosas sensibles particulares
(Física). 3. Conocimiento ideal de los entes numéricos y geométricos
(Razón Discursiva.Matemáticas).5.
Conocimiento de lo ideal en sí (Razón intuitiva. Dialéctica o cumbre del
conocimiento).
Subir
adecuadamente todos y cada uno de los escalones del conocimiento para poder
llega a lo alto exige preparación, educación. La alegoría de esta tarea
educadora que ha de realizar el filósofo
constituye el mito de la caverna, que es al mismo tiempo una bella
metáfora de la condición humana y de la tarea ideal que le está reservada a los
mejores hombres. Dice Platón en esta alegoría que nuestra situación en este
mundo es comparable a la de unos prisioneros que nunca han visto la luz del
sol, por estar encadenados de pies y manos en una gran cueva, de espaldas a la
única abertura que da al exterior. Dentro de la caverna y detrás de ellos arde
una hoguera, que tampoco pueden ver, por hallarse de espaldas y porque se
interpone una valla, a lo largo de la cual van pasando hombres portadores de
figuras, de cosas y animales. Los prisioneros solamente pueden contemplar las
sombras que se reflejan sobre el fondo de la cueva y que para ellos es la única
realidad existente. En ese estado permanecen hasta que alguien les libera de
las ataduras, los arrastra fuera de la caverna y les conduce hasta fuera para
que vean el mundo real y el sol que hace
posible ver todas las cosas.
Interesa
resaltar en este mito algunos de los temas básicos de la doctrina platónica:
1. El alma es
prisionera del mundo material, un mundo de oscuridad y sombras, un mundo no
verdaderamente real.
2. Mientras
el alma permanezca atada a la prisión de su cuerpo ofrecerá resistencias para
enfrentase con lo real verdadero, tomará por real el mundo de sombras de la
caverna.
3. La tarea
de acceder al mundo de las ideas requiere la ayuda externa, la ayuda del
filósofo, que obliga a los prisioneros a enfrentarse poco a poco con el mundo
ideal, a través de sus preguntas y respuestas (dialéctica).
4. La meta
del conocimiento es el ascenso a la idea máxima, que en Platón es la idea de Bien
y que viene representada en el mito por el Sol.
5. Esta idea
del Bien es la causa de todas las cosas, pues al igual que el Sol hace visibles
las cosas de este mundo, la idea de Bien hace cognoscible toda lo verdad.
6. Es misión
del filósofo que ya ha visto la luz del sol, que ha ascendido al mundo de las
ideas, regresar a la caverna y ayudar a realizar esto mismo al resto de los
hombres.
Como
hemos visto, al explicar la epistemología platónica, la contraposición que
otros filósofos griegos, como Parménides, establecían entre sentidos y
razón, entre doxa y episteme también
aparece en Platón, y más acentuada si cabe. Es por ello que la doctrina
platónica del conocimiento privilegia la labor de la razón sobre el papel de
los sentidos a la hora de conocer, considerando que al ascenso a la verdad es obra de la razón. Por estas
razones la doctrina gnoseológica de Platón es calificable de racionalista,
rasgo que comparten todos los filósofos griegos. Son dos los rasgos que definen
a la verdad, su carácter universal y su carácter inmutable. En base al primero,
el conocimiento no se refiere a lo particular y concreto de las cosas
estudiadas, sino a los rasgos universales de la clase de ser o de realidad que se estudia. El
segundo rasgo hace que la verdad no cambie, pues la necesidad del conocimiento
implica que lo conocido es así y no puede ser de otro modo, y esto es una garantía
absoluta de permanencia. Estos dos rasgos con los que Platón definió al saber
verdadero son considerados válidos hasta el siglo XIX, donde Hegel afirma el
carácter histórico del conocimiento y por ende de la verdad misma.
Pero
el ascenso al mundo de la idea no se lleva a cabo sólo a través del
conocimiento. El hombre no sólo ha de buscar la Verdad ideal, también ha de
buscar el Bien ideal y la
Justicia. Este es precisamente el objeto de la reflexión
ética y política.
ÉTICA Y POLÍTICA
En un
primer período Platón estuvo muy influido por el intelectualismo ético de
Sócrates, que como sabemos identificaba el saber y la virtud. Es en su época de
madurez, cuando Platón entronca su pensamiento con su teoría de las ideas,
matizando este intelectualismo. Lo más decisivo para medir el valor moral de un
hombre es conocer si su alma ha llevado a cabo la vuelta hacia el mundo ideal,
de que hablaba el mito de la caverna. En realidad, dice Platón en el Gorgias,
sólo son posibles dos ideales de vida: vivir para el placer, para satisfacer
los deseos del cuerpo y vivir para el ideal moral, para el bien o satisfacer
las exigencias del alma. Naturalmente Platón opta por este último.
Y una
vida orientada hacia el ideal moral es una vida que busca el Sumo Bien a través de la práctica de la
virtud. Para Platón, como para Sócrates, los valores morales, el Bien no es
relativo sino absoluto, de modo que su contenido no varia de un lugar a otro,
de una sociedad a otra. La realización del bien no puede llevarse al cabo por el
hombre de forma aislada e individual, sino que ha de hacerlo en el marco de la
polis, en el marco de la ciudad estado. Hay un código moral absoluto, unos
valores ideales que rigen por igual para los individuos y para los Estados.
A
nivel individual, las virtudes tienen un fundamento natural, pues su
base es el alma misma (naturalismo). A cada una de las partes del alma
corresponde una virtud, que está en consonancia con la acción asignada a dicha
parte. Así, la prudencia o la sabiduría es la virtud del alma racional;
por ella orienta el hombre sus acciones a actividades ideales, huyendo del
mundo de las apariencias. La valentía o fortaleza es la virtud propia
del alma irascible, haciendo que el hombre se sobreponga al sufrimiento y al
dolor, sacrifique placeres en busca de los bienes superiores. La templanza
es la virtud propia de la parte conscupiscible del alma, ayudando al hombre a
poner orden y moderación en las actividades del cuerpo.
La
práctica de todas estas virtudes lleva al hombre a alcanzar el Sumo Bien, que
en Platón comporta un estado de felicidad y bienestar. A este estado de armonía que surge en el hombre cuando
gobierna adecuadamente su alma le llama también justicia, siendo, en
realidad, la justicia una virtud general que comprende a todas las demás y que
responde al ideal de vida ordenado y armónico en el que los griegos siempre
pensaron.
El
Estado, al igual que el individuo, ha de alcanzar el ideal de justicia. Es lo
que describe Platón en La
República , proporcionando un modelo ideal que en principio no
se identifica con ninguno de los Estados empíricos existentes.
¿Cómo sería, pues, la ciudad ideal? Dado que la ciudad debe
existir para satisfacer las necesidades de los hombres, ya que éstos no son
independientes unos de otros ni autosuficientes para abastecerse, el primer fin
que debe garantizar toda sociedad es un fin económico. Los hombres tienen
diferentes capacidades y habilidades, siendo preferible que cada uno desarrolle
las que posee por naturaleza, lo que introduce la división del trabajo en la
organización de la sociedad. En una ciudad ideal deberán existir, por lo tanto,
todo tipo de trabajadores: granjeros, carpinteros, labradores, herreros, etc.,
de modo que todas las necesidades básicas que de garantizadas, pues en una ciudad ideal no puede faltar de nada.
Sin embargo, continúa Sócrates, una sociedad que sólo atendiera las necesidades
materiales básicas sería una sociedad demasiado dura, pues el hombre necesita
también satisfacer otras tendencias de su naturaleza relacionadas con el arte,
la poesía, la diversión en general, etc.. El fin de la ciudad, que comienza
siendo estrictamente económico, no se limita a la producción de bienes, sino
que se encamina más bien a hacer posible una vida feliz para el hombre. A
medida que la sociedad aumenta en número de ciudadanos, los recursos necesitan
ser ampliados, lo que puede dar lugar a la conquista de territorios vecinos
para satisfacer las necesidades de todos, conduciendo a la guerra; pero si
seguimos el mismo principio de división del trabajo tendrá que haber
especialistas en la guerra, que sean los encargados exclusivamente de las
actividades bélicas, a los que Sócrates llamará guardianes de la ciudad. Falta
todavía algo en esta ciudad ideal: determinar quiénes serán los encargados de
gobernarla. A la clase de los artesanos y de los guardianes hemos de añadir una
tercera clase, la de los gobernantes. Éstos serán elegidos de entre los mejores
de los guardianes, que serán llamados desde entonces "auxiliares",
reservando el de guardianes para la clase de los gobernantes. Del análisis de
las necesidades sociales que debe cubrir una sociedad ideal deduce Sócrates,
pues, la necesaria existencia de tres clases sociales: la de los artesanos, la
de los guerreros o auxiliares, y la de los gobernantes o guardianes. Pero cada
una de estas clases ha de tener unas características distintas a las que poseen
en la sociedad actual dice Sócrates. La clase de los artesanos, que
generalmente realiza las actividades productivas pero no obtiene los beneficios
económicos de su producción, lo que es fuente de conflictos, ha de ser en la
ciudad ideal la poseedora de la riqueza; del mismo modo será la única clase que
tenga derecho a la propiedad privada y a la familia; y ha de permitírsele
disfrutar de los goces materiales que derivan de la posesión de la riqueza. La
clase de los guerreros o auxiliares, por el contrario, no puede tener acceso la
riqueza, para evitar la tentación de defender sus intereses privados en lugar
de los intereses colectivos, y terminar utilizando la fuerza contra los
ciudadanos; estarán desprovistos de propiedad privada, y tampoco tendrán
familia, debiendo vivir en unos barracones en los que tengan todo lo necesario
para realizar sus actividades, en los que vivirán de forma comunitaria, compartiéndolo
todo hombres y mujeres, pues no hay ninguna razón para excluir a las mujeres de
ningún tipo de actividad, ya que tanto en el hombre como en la mujer se
encuentran similares dones o cualidades naturales, igualmente útiles para la
ciudad. Tampoco la clase de los verdaderos guardianes o gobernantes tendrá
acceso a la propiedad privada ni a la familia, debiendo velar únicamente por el
buen gobierno de la ciudad; deberán centrarse en el estudio a fin de conocer lo
bueno para gobernar adecuadamente la ciudad, por lo que su vida estará alejada
de todas las comodidades innecesarias para cumplir su función.
¿Cómo se determinará quiénes han de pertenecer a una u otra
de estas clases sociales? Será necesario para ello establecer un proceso
educativo en el curso del cual se podrá determinar qué tipo de naturaleza tiene
cada hombre y, por lo tanto, a qué clase social ha de pertenecer. Aquí
establece Sócrates una comparación entre la naturaleza del Estado y la
naturaleza del individuo: del mismo modo que en el estado encontramos tres
clases sociales, encontramos en el individuo tres partes del alma,
correspondiéndole una virtud a cada una de ellas. El paralelismo entre la moral
individual y la moral del Estado permite establecer que la virtud que
corresponde a cada clase social ha de corresponder a los individuos que la
constituyen. La virtud de la clase los artesanos es la templanza, es decir, el
disfrute con moderación de los bienes materiales; la virtud propia de la clase
de los guerreros o auxiliares es la valentía o coraje; y la virtud propia de
los verdaderos guardianes gobernantes es la sabiduría. Ahora bien, estas tres
virtudes pertenecen, cada una de ellas, a una parte del alma: la sabiduría al
alma racional; la valentía al alma irascible y la templanza al alma
concupiscible. Aquellos en quienes domine el alma racional han de pertenecer,
por lo tanto, a la clase de los verdadero guardianes o gobernantes; en quienes
predomine el alma irascible, a la clase de los guerreros o auxiliares; y en
quienes predomine el alma concupiscible, a la clase de los artesanos. Habiendo
determinado la virtud que corresponde a cada clase social estaremos en
condiciones de determinar en qué puede consistir la justicia en la ciudad
ideal: la justicia consistirá, no pudiéndose identificar con la sabiduría, ni
con el coraje, ni con la templanza, en que cada clase social (y cada ciudadano
) se ocupe de la tarea que le corresponde. La injusticia consistirá en la
injerencia arbitraria de una clase social en las funciones de otra: que los
auxiliares o los artesanos pretendan gobernar, por ejemplo.
Correspodencia
entre las clases sociales, tipos de alma y virtudes
|
||
Clase
social
|
Tipo de
alma
|
Virtud
|
Gobernantes
|
Racional
|
Sabiduría
|
Guerreros
|
Irascible
|
Coraje
|
Artesanos
|
Concupiscible
|
Templanza
|
Si la pertenencia a una clase social viene determinada por
la naturaleza del alma, y no por herencia, una sociedad tal ha de dar una
importancia primordial a la educación. Será, en efecto, a través de ese proceso
educativo como se seleccionen los individuos que han de pertenecer a cada clase
social, en función de su tipo de alma; y qué tipo de educación ha de recibir
cada individuo en función de la clase social a la que deba pertenecer. En la República establece
Platón detalladamente el programa de estudios que debería imperar en la ciudad
ideal, haciendo especial hincapié en el educación de los gobernantes. Todos los
niños y niñas deberían recibir inicialmente la misma formación. Platón
considera que la educación recibida en los primeros años de la vida es
fundamental para el desarrollo del individuo, por lo que en la ciudad ideal
nadie ha de ser privado de ella, ni en razón de su sexo ni por ninguna otra
causa: el proceso educativo tiene, al mismo tiempo que un objetivo formativo,
la misión de determinar qué tipo de alma predomina en cada individuo, es decir,
su naturaleza, en virtud de la cual formará parte de una u otra clase social.
Esa educación correrá a cargo del Estado, en ningún caso a
cargo de las familias, para evitar las influencias negativas que suponen las
narraciones que las madres y las nodrizas cuentan a los niños pequeños. Los
niños deben comenzar su proceso educativo a través de actividades lúdicas, para
lo cual los educadores de la ciudad ideal elegirán aquellos juegos que consideren
adecuados para desarrollar en los niños la comprensión de las normas de los
juegos y, con ello, un primer acercamiento al valor y sentido de la ley. Las
primeras enseñanzas que recibirán se centrarán en torno a la poesía y la
música. No obstante, el uso que hacen los poetas del lenguaje les permite
esconder todo tipo de narraciones, incluso aquellas que pueden resultar
negativas, bajo la belleza y el encanto de sus palabras, por lo que puedan
resultar muy perniciosos; esa es la razón de que la poesía se vea gravemente
censurada en la ciudad ideal de Platón. Corresponderá a los educadores de la
ciudad ideal determinar qué tipo de poemas se deben estudiar: aquellos
adecuados para suscitar el amor a cualquier manifestación de la virtud. La
música formará parte también de la educación, analizando la forma y el ritmo de
los poemas y el acompañamiento que les resulte necesario. El estudio del ritmo
y la armonía suscitará en ellos una elevación hacia la comprensión y el respeto
de las obras bellas y puras, lo que les alejará del vicio. El amor por la
belleza desarrollará en ellos la generosidad, la grandeza de alma, la
moderación y el coraje. A estas enseñanzas se unirá la educación física que,
agilizando y fortaleciendo el cuerpo contribuirá a desarrollar mejor las
virtudes del alma. Todo ello se acompañará de una alimentación correcta con el
objetivo de mantener la salud, y hacer de la medicina un recurso secundario. A
lo largo de este proceso educativo algunos niños tendrán tendencia a abandonar
sus estudios, que les resultarán difíciles y aún odiosos, mientras que otros
irán desarrollando un entusiasmo cada vez mayor en torno al conocimiento. Los
primeros pasarán a formar parte de la clase de los artesanos, habiendo mostrado
una mayor inclinación hacia el contacto con lo material; los que persistan en
sus estudios pasarán a formar parte de la clase de los guardianes o auxiliares.
La perseverancia en el estudio, entre los que pertenecen a la clase los
guardianes, pone de manifiesto que en el individuo predomina el alma racional,
por lo que serán éstos los elegidos para formar la clase los gobernantes,
quienes serán sometidos a un proceso educativo que comenzará con el estudio de
las matemáticas y terminará con el estudio de la dialéctica, con el
conocimiento de las Ideas. En el caso de que alguien perteneciente a la clase
los gobernantes perdiera posteriormente ese interés por el estudio y por el
conocimiento, pasaría a formar parte de la clase inferior, la de los auxiliares
o guardianes. Lo mismo ocurriría con quien, perteneciendo la clase de los
guardianes, mostrara una mayor inclinación hacia el disfrute de los bienes
materiales, que pasaría a formar parte entonces de la clase de los artesanos.
La tarea de gobernar recaerá, pues, sobre aquellos que
conozcan las Ideas, es decir, sobre los filósofos. Es ésta una de las
características novedosas de la
República y que, al chocar frontalmente con la práctica
habitual en la época, merece una explicación que nos ofrece Platón en el libro
VI. El filósofo pasa por ser un personaje extravagante, en la Atenas de la época, y
ocupado en sus estudios e investigaciones no parece ser el individuo idóneo
para dirigir la ciudad. Pero en la ciudad ideal, que ha de ser gobernada de
acuerdo con la Idea
de Bien, los únicos que alcanzan ese conocimiento son los filósofos por lo que,
por paradójico que parezca, ha de ser a ellos a quienes les corresponda
gobernar, pues son los únicos que alcancen el conocimiento de dicha Idea. La
mejor forma de gobierno posible es aquella en la que un filósofo gobierne; pero
si no es posible que uno sólo destaque sobre los demás, el gobierno deberá ser
ejercido por varios filósofos y durante un corto período de tiempo, para evitar
todos los males que genera la persistencia en el poder.
En Las Leyes se
amplían algunos de los aspectos tratados en la República , respecto a la
educación, el análisis y las funciones de la guerra, el endurecimiento de las
leyes, etc., en una dirección en la que predomina el pesimismo acerca de la
posibilidad de implantar la ciudad ideal de la República y en la que
Platón tienden hacia consideraciones prácticas, a veces difícilmente
conciliables con la vida real, en el intento de construir una sociedad perfecta
aislada del tiempo y del espacio y de todo posible devenir
Como resultado de esta ordenación natural de
la vida social surgiría la justicia, virtud política que para Platón tiene un
claro sentido inmovilista y conservador, pues el orden justo consiste en
mantener las diferencias sociales, bajo
el pretexto de que son diferencias impuestas por la naturaleza.
Una
de las prescripciones más extrañas de la República es la del comunismo de bienes,
de mujeres y de hijos para los miembros pertenecientes a las dos clases
superiores. Naturalmente este comunismo no tiene nada que ver con los regímenes
utópicos que se propugnaron en el Renacimiento y mucho menos con el comunismo
moderno. Es un reglamento de sacrificio que impone a las clases superiores y
que se parece más bien al de una orden militar o al de una comunidad religiosa.
No es una forma de organización social puesto que la mayor parte de la
población puede tener propiedades y familia.
Además de diseñar su modelo ideal de Estado,
Platón en la República
sistematizó los regímenes políticos existentes en su época, los Estados históricamente
existentes. Y lo hizo acudiendo de nuevo, como criterio clasificatorio, a la
doctrina de los distintos modos de almas que consideró existentes en los
hombres. A los cinco modos de almas
corresponden cinco modos de gobierno: 1. Aristocracia o gobierno
de los que predomina en ellos la inteligencia. 2. Timocracia o gobierno
de los fuertes o de los que predomina el alma irascible. 3,4, y 5. Oligarquía
o gobierno de los magnates, Democracia o gobierno del pueblo ignorante y
Tiranía o gobierno del tirano sin ley ni orden. Estos tres últimos
suponen el gobierno de los que predomina en ellos el alma inferior.
La
influencia del platonismo en la cultura occidental es incalculable. En primer
lugar, Platón deja su huella en el más eminente de sus discípulos, Aristóteles,
que a partir del platonismo elaboró un sistema original y propio, de la misma
fuerza que el primero. Después, la verdadera influencia platónica se realiza en
el pensamiento cristiano, que aprovechó aquellos puntos del platonismo
coincidentes con la dogmática cristiana, en particular el dualismo y que quedó
reflejado particularmente en el pensamiento de San Agustín. La influencia de
Platón continúa en el Renacimiento, inspirando las utopías renacentistas de
Moro y Campanella. Finalmente, la gnoseología platónica ejerce su influencia en
todos los sistemas idealistas de la edad moderna. No es extraño por ello que
Nietzsche considerara que toda la filosofía occidental cometió el pecado de ser
platónica.
TEXTO
El alma es como el conjunto formado por un par de
caballos alados y su auriga. En el caso de los dioses, los dos caballos son
buenos y de buena raza; en el caso de los mortales, uno de los dos es
también así, el otro es lo contrario.
Gracias a sus alas,
las almas de los dioses se mueven por la bóveda celeste, y salen a fuera, y se
detienen sobre ella, hasta que el movimiento de rotación las vuelva dejar en el
mismo punto; durante esa instancia contemplan lo que esta fuera del mundo
sensible, lo ente, y ese es su festín y su regalo.
Las almas de los
hombres, por la dificultad de conducir el carro (uno de los dos caballos es
díscolo), difícilmente logran seguir a las de los dioses; apenas llegan a sacar
la cabeza fuera de la bóveda del cielo y ver, más o menos; la que logra ver
algo, queda libre de sufrimiento hasta la próxima revolución, porque la
presencia de lo ente es el alimento para "lo mejor" del alma; pero,
si el alma no ha conseguido ver, sino que, por el contrario, en la lucha ha
sido derrotada, pierde las alas y cae a tierra, donde toma posesión de un
cuerpo, que, por la virtud del alma, parecerá moverse a si mismo. Si, de todos
modos, el alma ha visto alguna vez, no será fijada a un cuerpo animal, sino a
un cuerpo humano, y según que haya visto mas o menos, será fijada al cuerpo de quien
haya de ser una u otra cosa; la de que haya visto más, será el alma de Un
amante de la sabiduría o un cultivador de las Musas o del amor; la segunda
será el alma de un gobernante obediente a la ley, y así hasta la octava que
será la de un sofista, y la novena, que será la de un tirano.
Al final de una vida,
las almas son juzgadas y hasta completar un milenio llevan, bajo tierra
o en un lugar del cielo , una vida concorde con los merecimientos de su
vida terrena. Transcurrido el milenio, volverán a la superficie de la tierra,
pero esta vez cada uno escogerá el tipo de vida que quiere, en qué clase de
cuerpo ha de ser plantado; así cada uno elegirá libremente según su propio
carácter y su propio valor; puede ser que alguna decida ir a parar a un animal:
se le concederá porque esa es su decisión.
Ningún alma recuperará las alas antes de diez mil años, a no ser la que
se haya mantenido durante tres generaciones sucesivas en el estado de amante de
la sabiduría o de la belleza. Nuestro agradecimiento a
Fuente:
www.juntadeandalucia.es
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