Agustín
Aurelio de Hipona, nació el 13
de noviembre de 354 a. C. durante el período del África Romana. Su padre,
Patricio, fue un funcionario pagano que servía al Imperio, y su madre, Mónica,
era una abnegaba y amable cristiana; su temperamento era muy estricto, y le
proporcionaba la debida importancia al desarrollo y educación de su hijo en su
religión, no obstante, jamás llegó a bautizarlo.
La filosofía de San Agustín
El eje central en el cual giran todos los
pensamientos de San Agustín, se
manifiesta en la relación del alma, encadenada por los pecados y salvada por el
amor de un ser divinamente superior, Dios.
Relación en la que el mundo externo no obedece más funciones sino la de
intermediario entre ambas partes.
Por lo tanto, se traduce que de ahí se presenta
su esencia espiritualista, conjunto a la tendencia cosmológica de la filosofía griega.
Ética y política según San Agustín
La doctrina que impartió San Agustín de Hipona deben orientarse específicamente en el
contexto de las impactantes etapas por las que atravesaba el Imperio romano y
la acusación divulgada por lo paganos culpando al cristianismo de la crisis que
se desenlazó en Roma.
Con mucho entusiasmo, San Agustín reaccionó marcando en La cuidad de Dios una firme filosofía. Con «ciudad» no hace referencia a un conjunto de calle y
edificios, sino que se comprende como el vocablo latino «civitas», que
significa, población.
Según los aportes de Aurelio, la historia de la
humanidad dicta una batalla, en la cual, dos bandos, La ciudad de Dios y La cuidad Terrena, compiten
entre sí para gobernar un territorio. Es decir, describe una lucha que existe
entre el bien y el mal. Donde, los diales a La cuidad Terrena dictan; «El amor a sí mismo
hasta el desprecio de Dios», y los de La cuidad de Dios cuestionan; «El amor a Dios hasta el
deprecio de sí mismo».
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