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viernes, 31 de enero de 2020

San Agustín


Agustín Aurelio de Hipona, nació el 13 de noviembre de 354 a. C. durante el período del África Romana. Su padre, Patricio, fue un funcionario pagano que servía al Imperio, y su madre, Mónica, era una abnegaba y amable cristiana; su temperamento era muy estricto, y le proporcionaba la debida importancia al desarrollo y educación de su hijo en su religión, no obstante, jamás llegó a bautizarlo.

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La filosofía de San Agustín

El eje central en el cual giran todos los pensamientos de San Agustín, se manifiesta en la relación del alma, encadenada por los pecados y salvada por el amor de un ser divinamente superior, Dios

Relación en la que el mundo externo no obedece más funciones sino la de intermediario entre ambas partes.

Por lo tanto, se traduce que de ahí se presenta su esencia espiritualista, conjunto a la tendencia cosmológica de la filosofía griega.

Ética y política según San Agustín

La doctrina que impartió San Agustín de Hipona deben orientarse específicamente en el contexto de las impactantes etapas por las que atravesaba el Imperio romano y la acusación divulgada por lo paganos culpando al cristianismo de la crisis que se desenlazó en Roma.

Con mucho entusiasmo, San Agustín reaccionó marcando en La cuidad de Dios una firme filosofía. Con «ciudad» no hace referencia a un conjunto de calle y edificios, sino que se comprende como el vocablo latino «civitas», que significa, población.

Según los aportes de Aurelio, la historia de la humanidad dicta una batalla, en la cual, dos bandos, La ciudad de Dios y La cuidad Terrena, compiten entre sí para gobernar un territorio. Es decir, describe una lucha que existe entre el bien y el mal. Donde, los diales a La cuidad Terrena dictan; «El amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios», y los de La cuidad de Dios cuestionan; «El amor a Dios hasta el deprecio de sí mismo».

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